domingo, 16 de septiembre de 2012


Estaba ahí quieto pero todo su rostro bailaba ansiosa y rabiosamente.
Su cuerpo frente al mío hacía horas.
Una de sus manos sujetando mi mano al cuchillo.
Los ojos dolorosamente abiertos con extasiada expectativa.
Y un conejo en el suelo.
Cada escasos minutos repetía: Vamos! Vamos! Hay que alimentar a las niñas!
Y yo solo: Arroz, zanahorias, pasto verde, frutas, jugos y caldos, flores suaves, sopa crema, comida china, miel.
Su cara no variaba. Bailaba siempre la misma canción: Vamos! De prisa! Las niñas, las niñas deben alimentarse!
Y conejos saltando en el suelo.
Gallina revoloteando en los aparadores.
Se cruzan las imágenes de mi abuela cubriendo con masas de tarta caseras rellenos de carne cruda, horneando durante horas, cosas, variedades en bordo, rojo, violetas morados.
Imágenes de las veredas llenas de perros y después también conejos, gallinas, chanchos, vacas, corderos, caballos, pescados, calamares, moluscos, ballenas.
Se fusionaba su voz Vamos vamos las niñas! Con la otra voz Maíz espinacas nueces paltas.
Se cruzaban al revoloteo de la gallina la imagen de los campos vacios y los galpones llenos; la imagen de las bocas brillantes, de los restos blancos y densos en los platos, las tintas en las asaderas.
La voz de una niña cantando: Hay en un galpón en el campo gritos del pasto y del suelo. Hay en un estanque en el campo en el galpón agua de lágrimas de vacas, teros y perros. Agua del viento, del burro, del hornero, de las rosas, de las liebres y el trueno. Lagrimas y siempre el deseo de seguir comiendo.

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